Dios de la creación

Jehová, el Dios de la creación, el Dios poderoso, la roca eterna, y nuestro sanador. A través de Su Palabra y las Escrituras, vemos una y otra vez cómo Dios se revela a sí mismo como el Todopoderoso, aquel que es fuerte, eterno, y que nos ofrece salvación y sanación.

En Isaías 51:1-52:12, el profeta nos recuerda la promesa de salvación eterna para Sión, instándonos a buscar a Dios, a escuchar Su voz y a recordar de dónde venimos y a quién pertenecemos. Con cada nueva revelación, encontramos consuelo y fortaleza en la fe en Dios, recordando que Él siempre está presente para levantarnos en tiempos de adversidad y guiarnos por sendas de rectitud. En nuestro andar diario, debemos aferrarnos a estas promesas, recordando que la fidelidad de Dios perdura para siempre y que en Él encontramos refugio y esperanza.

Jehová es el Dios de la creación, la roca eterna sobre la cual podemos construir nuestras vidas. En Isaías 51:1, se nos dice: «¡Escúchenme, ustedes que buscan justicia, que buscan al SEÑOR! Miren la roca de la que fueron tallados, y al hueco de la cantera de la que fueron cavados.» Este versículo nos llama a recordar nuestras raíces espirituales, a mirar a Dios como la roca sólida y firme que nos ha formado y sostenido a lo largo del tiempo.

Isaías 26:4: «Confíen en el SEÑOR para siempre, porque en DIOS el SEÑOR, está la Roca eterna.»

Dios es descrito como poderoso y fuerte, cualidades que nos aseguran que no hay nada imposible para Él. En Isaías 51:9-11, se nos anima a recordar los actos poderosos de Dios, cómo Él ha redimido a su pueblo y ha hecho retroceder al enemigo. «Despierta, despierta, vístete de fuerza, brazo del SEÑOR… ¿Acaso no fuiste tú quien secó el mar, las aguas del gran abismo, quien hizo de las profundidades del mar un camino para que pasaran los redimidos?» Este poder no solo es algo del pasado, sino que sigue siendo real y activo en nuestras vidas hoy.

Éxodo 15:2: «El SEÑOR es mi fortaleza y mi cántico; Él ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; el Dios de mi padre, y lo ensalzaré.»

Dios también se revela como nuestro sanador. En medio de nuestras dolencias, tanto físicas como espirituales, Jehová se presenta como aquel que tiene el poder de restaurar, de traer paz y sanidad a nuestras vidas. Isaías 53:5 nos recuerda que por sus llagas hemos sido sanados: «Mas él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.» Este versículo es una declaración de la obra redentora de Cristo, quien cargó con nuestras enfermedades y pecados, ofreciendo sanación y restauración.

Éxodo 15:26: «Y dijo: Si escuchas atentamente la voz del SEÑOR tu Dios y haces lo recto ante sus ojos, prestas oído a sus mandamientos y guardas todos sus estatutos, no te enviaré ninguna de las enfermedades que envié sobre los egipcios; porque yo soy el SEÑOR tu sanador.»

Isaías 51 y 52 nos presentan una visión gloriosa de la salvación eterna que Dios ha preparado para Sión. Nos llama a despertar, a revestirnos de fuerza y a no temer, porque nuestra redención se acerca. «Levántate, levántate, vístete de fortaleza, Sión; vístete tus ropas hermosas, Jerusalén, ciudad santa… El SEÑOR ha consolado a su pueblo, ha redimido a Jerusalén» (Isaías 52:1, 9). Esta salvación es una promesa de Dios que se cumple plenamente en Cristo, quien es nuestra paz, nuestra justicia y nuestro salvador eterno.

Isaías 52:7: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, del que dice a Sión: ‘Tu Dios reina!'»

Jehová, nuestro Dios poderoso, nuestra roca eterna, y nuestro sanador. Él es el gran Yo Soy, el Dios de Abraham, el Dios de paz, y el rey eterno de Israel. Nos ha ofrecido una salvación que es eterna, una promesa que se ha cumplido en Cristo Jesús. Que nunca olvidemos de dónde venimos y a quién pertenecemos. En medio de nuestras luchas, dolencias y desafíos, miremos a Dios, nuestra roca y nuestra fortaleza, sabiendo que Él está con nosotros y que en Él encontramos sanación y salvación.

Señor, Dios poderoso, te damos gracias porque Tú eres nuestra roca eterna, nuestra fortaleza y nuestro sanador. Gracias por tu amor y por la salvación eterna que nos has dado a través de tu Hijo Jesucristo. Te pedimos que nos ayudes a mantener nuestros ojos fijos en Ti, confiando en tu poder, en tu sanidad y en tu paz. Que podamos vivir cada día recordando tu grandeza y proclamando tu nombre con reverencia y gratitud. En el nombre de Jesús, nuestro Salvador, oramos. Amén.

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