Confía en Dios

En los afanes del día a día, a menudo olvidamos la importancia de hacer una pausa y dirigir nuestra voz hacia quien verdaderamente puede guiarnos y responder nuestras inquietudes. El Señor nos dice: “Clama a mí y yo te responderé” (Jeremías 33:3). En su infinita sabiduría, nos recuerda que debemos buscarlo antes de actuar, pedir de su sabiduría antes de dar. Antes de ofrecer, pide su sabiduría, pues es Él quien cuida de nosotros.

Es vital recordar que, aunque Dios nos cuida y rodea, también es esencial que aprendamos a cuidarnos, tanto de lo que viene como de lo que dejamos atrás. En Proverbios 4:23 se nos aconseja: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida». Las palabras deben ser dichas a tiempo; nuestro cuidado debe ser consciente y deliberado.

Dios nos promete paz y una renovación constante en nuestras vidas, como nos dice en 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Él está trabajando en nosotros, y aunque a veces la impaciencia nos asalte, debemos recordar que sus tiempos son perfectos y que es Él quien nos respalda.

El Señor promete sabiduría y protección sobre lo que nos ha dado, recordándonos en Santiago 1:5 que “si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, que da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. No solo debemos reconocer nuestros bienes como propios, sino también bendecirlos y afirmar nuestra fe en cada aspecto de nuestra vida. La fe es la clave; no deleguemos ni posterguemos lo que nos pertenece.

Dios nos anima a tomar la iniciativa y usar la autoridad que Él nos ha dado. No debemos temer, pues Él asegura en Isaías 41:10: «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia». Es nuestro deber hablar, actuar y vivir conforme a la sabiduría que nos ha sido confiada.

Hoy, te invito a reflexionar sobre estas palabras, a tomar tu lugar y hablar con la autoridad que Dios te ha otorgado. Clama a Él, y escucha su voz guiadora y tranquilizadora, recordando siempre que tú y Él se entienden no solo en silencio sino también en cada palabra que surge de tu corazón.


Deja un comentario